Tras el velo de lo sencillo, habitan los misterios más profundos…

Una carretera local serpentea a lo largo del páramo Turolense, sabinas milenarias salpican el inhóspito paisaje calizo. Un pequeño pueblo a la vera del Guadalaviar, marca el destino de nuestro viaje.

Según caminamos hacia el centro de la villa, empezamos a escuchar gritos procedentes de las cuatro direcciones: dooooos, ooochoooooo, cuatrooooo…

Los rivales de dedos ejecutan una extraña danza, donde la evolución del gesto de sus rostros rozan el límite. En un abrir y cerrar de ojos, se ha disputado una partida. La velocidad del juego, resulta de infarto.

En cada esquina del pueblo, decenas de parejas en duelo. Algo muy profundo parece habitar tras el juego de los diez dedos.

El crepúsculo se instala en Torres de Albarracín. Se van cerrando las últimas partidas. El pueblo natal del ganador decidirá la arena para el siguiente estío.

Algunos paisanos del lugar dicen creer que el juego de morra marca el rostro de quienes la disputan.

Tres veranos han pasado desde aquel día que fuimos testigos de tan insólita cerebración.

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